Sofía. Sofía no tenía papa. Como muchas de las
niñas que nacen de este lado del charco. A Sofía no le gustaba alzar la mano
para decir presente, cada vez que el profesor pasaba la lista en clase sentía
que para ella era una total hipocresía, decir que estaba allí, decir
“presente”, que se encontraba entre esas cuatro paredes, con gente que no le
importaba su presencia, mientras resolvían ecuaciones, que de verdad Sofía no
entendía muy bien. Mejor dicho, no le interesaba. Para ella el mundo, era otra
cosa.
Malena. Le encantaba que la vieran. Los ensayos
sobre antropología tampoco le importaban, pero quería estar allí, que la vieran
como vestía, que todo el salón escuchara el apellido, impronunciable, pero que
a fin de cuentas le daba estatus, el que ostenta, el que le brota del maquillaje,
que brilla con el celular traído del extranjero. El mismo apellido por el que sus abuelos fueron exterminados, pero ese
es otro cuento. Estamos hablando del presente. No de holocaustos.
Sofía. Solo quería un cupo para dormir en el
campus de la universidad de 9 a 12, viendo ardillas y guacamayas abrir sus
alas, y sentir sus medias humedecidas por la grama. No quería el cupo para mantener
una familia a costa de sus capacidades matemáticas. Aun cuando los amaba, se
sentía vacía entre tanto academicismo. Lo de ella eran las hojas de papel, los
arboles verdes, un dibujo a grafito de rostros a medio terminar, manchado con
lágrimas, no se sabe si de alegría o de tristeza. Lo de ella era el olor a
marihuana, el reloj enorme, inalcanzable tras de ella. Allí en ese espacio limitado
por el reloj, un edificio de antigua residencias, ahora aula de clases, y un
pasillo bordeado por enormes chaguaramos, era en pocas palabras el mejor cuarto
que podía tener en su vida. Ver la gente pasando, preocupada por exámenes, era
lo que le daba más risa, gente tan preocupada por cosas que no se comen, que no
se escuchan, que no se besan. ¿Qué tendrían de bueno esas cosas?
Malena. Ya estaba acostumbrada, al tipo de tránsito,
era la cuarta vez que chocaba, en un mes, en el mismo semáforo. Ya no le
importaba lo que decían sus padres, total, ella necesita el carro para ir a la
universidad, sino ¿Cómo coño estudia la niña?, de todos modos, siempre hay un dicho
para esos casos, y aún cuando Malena, detestaba hablar como la gente de antaño,
solía decir en estas circunstancias: “Lo material se recupera, la vida no.” Sus
padres resignados no hallaban argumento para debatir.
Para Sofía, la luna, era bonita, la veía cada
atardecer antes de entrar al metro, al salir de su habitación sin puertas, sin
ventanas, pero con un paisaje esplendido. La seguía observando a través de las
ventanillas que el vagón del metro en ciertos trayectos le permitía. Mientras
iba en el vagón, algunos locos, otros drogos, le pedían dinero, ella le daba
algunas monedas. Le daba lástima. No entendía como había gente así. Entonces,
cerraba los ojos, y pensaba en los libros que alguna vez leyó, imaginándose una
damisela del siglo XX en París, deseando estar en La Sorbona y no de este lado
del Guaire. Se imaginaba bebiendo poesía frente al Sena.
Malena. No entendía mucho de redes pero, las
usaba muy bien, para colgar fotos, ver la de los demás, decir sus ideas, malas
o buenas, eran de ellas, así que también tiene derecho a expresarse. Es más, ella
paga por eso, así que más derecho tiene a expresarse. Ella aunque odiaba los
refranes citaba constantemente que: “todo tiempo pasado fue mejor”, su mama le
decía, que antes, en la universidad, estudiaba gente buena, honrada, no esos burros
con camisas rojas que están en todas partes. Que en la radio, la gente era muy
preparada, no esos tierruos, que solo saben jalar bolas. Papa le decía a Malena, que se fuera a otro país, que aquí
ya no se puede vivir. Malena, decidió así sin más dejar la universidad, solo
buscaría sus documentos papeles y se iría a un mejor destino, buscando un
norte. Precisamente al Norte.
Sofía. Cada
vez que salía del metro rumbo a la universidad, y veía ese sol mañanero tenía
la percepción de que algún día conocería a alguien como ella, que hablara con
la mirada. Esa mañana ya era tarde para entrar a clases, y la lluvia había
seguramente empapado su cuarto, así que decidió cambiar la rutina. Sin buscarlo vio a alguien parecido a ella.
Solo lo vio de lejos, pero tuvo una corazonada. Así que decidió ir detrás de él,
cruzo una cuadra, cruzó otra. Luego había una avenida subordinada a un
semáforo, él se iba alejando. Al llegar ella a la isla que separa el pavimento,
el semáforo cambio a rojo. En ese momento pensó muchas cosas, si era como ella
se preguntó agitadamente. Solo habría una forma de saberlo, se dijo a si misma
que por fin la vida tendría sentido. ¿Por qué no correr?, las personas corren
tras lo que quieren, así que decidió, saltarse la luz, y empezar a correr tras
él.
La gente se bajo del autobús a ver que había pasado más adelante, se sabía
que la lluvia retrasa el flujo vehicular, pero tenía ya diez minutos estancado.
El fiscal de tránsito, no se extrañaba, era el quinto choque en el mismo mes de
la misma muchacha, solo que esta vez, la víctima, era una niña sordomuda, inconsciente,
corriendo tras algo que parecía valioso, tratando de escapar del presente. Tal
cual como la hacen cada uno de los que estaban en la cola, producto de la
inconformidad de Malena (¿o de la inconformidad de Sofía?) con esto que hace
tiempo dejo de ser un lugar para vivir, y se ha convertido en una jaula para
sobrevivir.